Oporto... Oporto en Septiembre. Un poco más de fresco que en Valencia, pero buena temperatura. Una ciudad que me encantó y un viaje que volvería a hacer ahora mismo, sin dudar.
Me resultó una bonita ciudad de contrastes, de contrastes espectaculares. A lo largo de toda ella se encuentran edificios totalmente abandonados y viniéndose abajo, con el interior relleno de cascotes y un verdadero peligro para cualquiera que se acerque. Y conviven sin ningún pudor con preciosos edificios, nuevos o rehabilitados y, para que se sucedan estas escenas no es necesario cambiar de barrio, ni siquiera de acera: están pegados.
Esta foto la tomé porque me cautivó precisamente el contraste. Estábamos cruzando el puente de Don Luís I, una moderna y espectacular obra de ingeniería que une las dos mitades de la ciudad, separadas por el río Douro, inmenso, caudaloso, y por el que igual circulan peatones que vehículos, que el metro o el tranvía. Y a pies del puente está este barrio, pintoresco donde los haya y cuyos habitantes se desenvuelven a la perfección con la grandiosidad del puente que les vigila. Barrio de olores y de colores, con gente que hace más vida en la calle que en sus casas, donde las aceras todavía se baldean, donde se exhibe la ropa de cada cual en cuerdas que se anudan de casa a casa.
Y fotografíe, fotografíe dudando incluso por un momento que me encontraba en la segunda ciudad de Portugal -equiparada pues a nuestra Barcelona- y donde te planteabas cómo podía ser que esa forma de vivir tuviera cabida en la Unión Europea desde hacía tanto tiempo.
Me gustó, me gustó mucho esa ciudad.
De ser posible, volveré...
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